Hace muchos años en una aldea lejana llegaron algunos turistas. Era un lugar muy pintoresco donde se fabricaban unas bellísimas ollas de barro, sin embargo, una de las tradiciones particulares de este lugar era romper las orejas de dichas ollas al momento de que alguien las comprara. Aunque tal acción era llamativa para todos los visitantes, no dejaba de ser extraño aún para los mismos habitantes de dicha comunidad.
Todos daban por hecho que se trataba de una tradición cultural de la localidad y, aunque preguntaban, la respuesta no era muy profunda, se limitaban a decir que, “así los habían instruido sus ancestros”. En una ocasión una persona decidió indagar un poco más y le preguntó a una mujer que recién había terminado una y justo le estaba rompiendo las orejas de acuerdo a la tradición. Esta mujer le dijo que había sido instruida por su madre y a su vez su abuela. Esta persona, intrigada por el hecho le preguntó si su abuela aún vivía y si podría preguntarle. A lo que le respondieron, si, claro adelante. Se dirigieron hasta donde se encontraba la abuela y le preguntaron, ella, con una sonrisa en su rostro respondió, no lo sé, pero mi mamá podría responder esa pregunta pues ella era una niña cuando la tradición comenzó. Vayan, pregúntenle a ella, está en su recamara. Los visitantes, asombrados, se dirigieron a donde ella se encontraba. Una hermosa anciana entrada en años, de largos cabellos blancos. Le preguntaron acerca de esta particular práctica regional. Ella sonrió y procedió a explicar. Pues, cuando yo era pequeña, mi papá construyó el horno de la casa donde vivía. Como no era el más diestro albañil el horno no tenía la medida necesaria para las ollas que teníamos entonces, así que, mi mamá les rompía las orejas para que pudieran entrar en el horno y así poder cocinar. Fue la acción necesaria para la necesidad de ese momento, de esa época, sin embargo, después se quedó como tradición hasta el día de hoy. Esta ilustración nos deja ver cómo es que se forma un paradigma. Hacemos muchas cosas porque así nos enseñó la persona que estaba antes de nosotros, y la persona que estaba antes de esa persona así se lo enseño, no obstante, desconocemos la razón por la cual se hacen. En el ministerio de niños encontramos este paradigma en la manera en que enseñamos a los pequeños. Nos unimos al ministerio, al grupo de maestros y nos dan la pauta de lo que se hace y, lo hacemos. Luego, cuando ha pasado algún tiempo, llega alguien nuevo al grupo y nos toca enseñarle lo que nos enseñaron. Es tiempo de romper el paradigma, entender por qué hacemos lo que hacemos para poder saber si lo que hacemos nos lleva a la meta que queremos. No estoy sugiriendo que lo estamos haciendo todo mal, tampoco estoy criticando todo lo que hacemos dentro del ministerio de niños, lo que sí pretendo es, que podamos preguntar, cuestionar las razones, los motivos para llegar a comprender porque se hace de esta manera. Solo entonces podremos decidir qué es lo que nos ayuda y que es lo que no nos ayuda a llegar a nuestra meta. Hablar de nuestra meta como ministerio de niños es un tema sumamente amplio que abordaremos en otro artículo. Por ahora, vamos a asumir que la hemos definido y vamos a centrarnos en identificar las cosas que nos ayudan a llegar a ella. Cambiar un paradigma no sucede de la noche a la mañana ni de un domingo al otro, pero, si no se da el primer paso, nunca nos acercaremos a ellos. Ese primer paso es, cuestionar lo que hacemos y cómo lo hacemos, para entender mejor aquello que hacemos. Cuando comenzamos a preguntar, comenzamos a avanzar, encontramos en este camino que, algunas cosas, realmente no nos están ayudando a llegar a la meta, algunas otras si. Entonces inicia el cambio de paradigma en el ministerio infantil. Me gustaría terminar este artículo dejando las siguientes preguntas para que las medites. ¿Qué hago en el ministerio de niños? ¿Me gusta estar aquí? ¿Por qué hago lo que hago? ¿La manera en que lo hago me está llevando a la meta? Cambiemos el paradigma! Mich Gutiérrez KIMI México
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Julio 2021
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